Un día como otro cualquiera, no lloré cuando me desperté. No quise encontrar las explicaciones que me debías, ni si quiera me apetecía saber de ti. Te habías ido tantas veces, que, poco a poco fuiste desvaneciéndote, y tampoco me importó. Perdí el tiempo más valioso del mundo. El que era conmigo misma. Eso nunca podré perdonarme.
No sabías que, inconscientemente, yo te pedía a gritos en silencio que me hicieses más daño. Porque era la única manera de tenerte cerca. Y, otro día, el silencio era lo más cómodo contigo, porque, así no tenías la oportunidad de volver a joderme la vida.
No te culpo. Entiendo que cuando de verdad te quieren, hagas un intento por quedarte. ¿El problema?, que aquí no valen los intentos... ni las idas, ni las venidas, mucho menos las mentiras.
Por obligación, tuve que empezar a vivir con grietas. Ahora me siento en la orilla escuchando una canción que me gusta mucho y dejo que el agua me roce la piel. Sigo sin saber gestionar mis agobios y eso si me pasa factura. Pero, entendí, que un día de felicidad no vale la pena si veintinueve serían un infierno.
No me toques muy fuerte. Sigo siendo de cristal. Pero este sí brilla.