18 de noviembre de 2015

SINTIGO

Temer al amor es temer a la vida, y los que temen a la vida ya están medio muertos. – Bertrand Russell


Creo que a veces se me va la pinza, y no sé si es algo de lo que sentirme orgullosa.
Tan pronto estoy arriba como beso el suelo. Pero un beso beso, con ansia y sin despegar ni un milímetro los labios. Y es que me encantan los extremos, o eso creo, porque no le veo otra explicación. Que hay momentos -muchos- en los que ni yo misma me entiendo. Aunque tampoco eso me resulta raro, yo misma y yo somos bastante complicadas. No solemos entendernos muy bien, aunque tampoco del todo mal. Sin embargo creo que esa pasión por los límites debe tener algo de bueno. Tal vez, la autenticidad de lo efímero, haciéndolo eterno, aunque sea por un momento.


Se pasa el día soñando y tiene una fe ciega en el destino, sabe que todo pasa por algo. A veces se queja de que de pequeña era más fantasiosa y siempre reía, y es cierto, pero cómo no va a dejar de soñar alguien a quien la vida le ha dado unos buenos palos. Aun así salió del bache y vive cada día convencida de que lo mejor está por llegar, de que le espera algo grande; que su vida actual está orientada hacia lo que el destino le tiene preparado. Tuvo malas rachas, esas que tenemos todos, y se levantaba sin ganas de ser nadie, sin aspiraciones. Pero algo cambió, ni ella misma sabe lo que es, supongo que se dio cuenta de que así no podía seguir, que era demasiado joven para ahogarse en sí misma. Cuentan que un día se miró al espejo y no reconoció a quién estaba ahí de frente. Ya no era aquella chica risueña, charlatana y feliz, muy feliz. Malas rachas… Pero siguió adelante.

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