12 de marzo de 2014

Libère-moi, je suis né pour voler.

Nunca me ha gustado decir "adiós" y sobretodo reconocer que hay cosas que se van y nunca vuelven. Como cuando ves una foto antigua, en la que estás feliz. Estás rodeada de gente que tal vez en tu presente no significa nada, pero ahí, en tu pasado, eran las personas con las que compartías experiencias, miedos, risas, días, lluvias y alegrías. Te miras y te ves feliz, y no entiendes porque todo ha cambiado tan rápidamente. Hemos crecido, cambiado, madurado, evolucionado, llámenlo como quieran, pero sigo preguntándome porque ahora nos cuesta tanto reconocer que continuamos necesitándonos. Imagínense por un momento que seria si la vida fuese un poquito mas fácil, que seria si alguien al echarnos de menos no se lo guardaría adentro sino que cogería y nos escribiría un mensaje. Qué seria si fuésemos sinceros, si no camuflásemos nuestros sentimientos.

  A veces me gustaría volver atrás, volvernos atrás, regresar a los días en los que fuimos felices. Me gustaría hablar con la antigua yo, y no precisamente para darle lecciones o reprocharle algo. Con cada año es como si nos añadiésemos capas de camuflaje y mascaras que ocultan nuestra verdadera esencia. En cambio esos pequeños sonrientes nosotros de la foto éramos naturales, felices y sinceros. Éramos verdaderos.

  No sé como expresar todo lo que siento ahora mismo en este texto. No es nostalgia, no. Son ganas de no perdernos, de no olvidar nunca quien realmente soy y de donde vengo. Quienes estuvieron a mi lado y aportaron su pequeño grano de arena, bueno o malo, convirtiéndome en quien soy ahora. Me gusta mirar de vez en cuando nuestras fotos viejas, reírme de los vídeos tontos y leer conversaciones ya olvidadas. Hay cosas que hay que conservar porque nos recuerdan a quienes fuimos en su momento, porque huelen a experiencias, constituyen los mejores recuerdos y nos hacen ser como somos ahora.

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