Sus brazos eran una prolongación del aire. Ni siquiera las aves, con sus delicadas y esbeltas alas, podrían presumir de tal libertad. Tenía esa soltura de quien se sabe libre y un deje soñador en el habla. Probablemente, porque vivía más allá de las nubes, y en las mañanas nubladas, el reflejo del cielo se adivinaba en su mirada.
No era un pájaro, tampoco un ángel, pero no le hacía falta.
ojalá todo fuera más sencillo
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